miércoles, 24 de noviembre de 2021

Cambio o Continuidad






 A propósito de las elecciones generales del 21 de noviembre del 2021 creo pertinente establecer algunas claves para dar la disputa en esta segunda vuelta. Por cosas de tiempo, iremos directo a revisar algunas consideraciones:

  1. El fenómeno Kast no es un proyecto político.

Kast representa una simple reacción frente al proceso de cambio que nuestra sociedad ha decidido caminar a partir del plebiscito del 25 de octubre del 2020. No representa nada nuevo, ni siquiera es fascismo, sino continuidad del gobierno con menos aprobación en la historia de la República. Su votación replica los porcentajes del Rechazo y logra sumar 300 mil votos, equivalente a un 7% proveniente de una “minoría silenciosa” de ultraderecha. Kast va a subir, pero aún le faltan algo más de 10 puntos para alcanzar el acumulado histórico de la derecha chilena. 


Considerando el 7% de Kast durante la presidencial del 2017, su subida se debe a la espuma mediática facilitada por la contradicción “cambio o conservación” posterior a las elecciones de mayo de 2021, donde los medios de comunicación pudieron agitar la conservación con fuerza habiéndose realizado parcialmente el cambio por medio de la Convención Constitucional. Como en la vida, el proyecto de algo siempre es más auspicioso que su concreción.


Kast es restauración y continuidad del modelo neoliberal, el mismo que nos llevó al estallido social. Su fortaleza es plantearse como outsider al sistema político tradicional, cuando en realidad es un miembro estrella de la casta política. No le regalemos el espacio político de estar por “fuera” de la democracia liberal, así sólo gana fuerza. Su programa es la mantención de las AFP, del sueldo mínimo, del sistema de salud y educación desigual, es la mantención de los excesivos sueldos de los políticos apernados en el Estado, como lo demuestra su consistente votación en contra de la reducción de los sueldos de los parlamentarios.


Quienes lo votan no quieren su programa, sino que votaron por el por el miedo atávico al comunismo. Kast es una candidatura con los pies de barro.


  1. Debemos evitar la polarización discursiva.

Ni el “no pasarán”, ni la dualidad discursiva servirán para derrotar a la ultraderecha que se alimenta mejor que nosotros de la polarización. El miedo al comunismo es más fuerte que el miedo al fascismo. El logaritmo de las redes sociales favorece a la ultraderecha cada vez que la mencionamos. Nuestro viraje debe ser “hacia el centro”, entendiendo por centro no a la Concertación, sino el centro electoral expresado en las elecciones generales del 21 de noviembre. Lamentablemente tenemos antecedentes suficientes para suponer que no debemos depositar demasiadas expectativas de que se vaya a expandir el padrón electoral en esta segunda vuelta.


La izquierda extra institucional y la concertación se va a cuadrar con la opción de Gabriel Boric, el principal desafío está en convocar al 12% que votó por Franco Parisi, a quiénes no votaron e incluso a quiénes votaron por Kast por miedo a la inestabilidad que podría provocar la inclusión del Partido Comunista en el gobierno del país.

  1. El centro es antipolítico y está articulado en torno a Franco Parisi.

Nos guste o no, el centro está articulando el clivaje “políticos versus anti políticos”. Una vocación antisistémica profundamente liberal, reflejada en la votación de las listas independientes a la convención en mayo y ahora acumulada por el “rentismo” electoral de Parisi. Este sector no gusta de los discursos altisonantes del progresismo que demanda estándares éticos y republicanos ejemplares. En parte, Parisi es un fenómeno de “política de identidad” detrás de la figura del papito corazón que no paga la pensión alimenticia, es un rupturista en un sentido estético con el régimen.


Por esa razón, en este mes que nos queda, debemos tratar de guardar nuestra estética manteniendo la ética. Ni “compañeros”, ni “pañuelos verdes”, ni “feminismo”, ni “socialismo” son discursos útiles para la contienda definitiva de este mes. Políticamente, debemos saber interpretar ese centro, a través de la articulación de un “ellos y nosotros” que nos dé la mayoría. Es la clase privilegiada la que se atrinchera detrás de JAK para resistir los naturales procesos de cambios que vive una sociedad democrática que quiere equiparar la cancha. No solo debemos llevarnos a “los demócratas” hacia nuestra opción electoral, sino también a quiénes no están ni ahí con los políticos tradicionales y quieren que sean personas independientes quienes lideren.

  1. Debemos convertir la segunda vuelta en un plebiscito por el Apruebo y el Rechazo. 

Kast impondrá la dicotomía “orden versus inestabilidad” o “libertad versus comunismo”. Cometeremos un error si quisiéramos sencillamente bailar la música que nos pone el adversario. Claro que debemos hablar de seguridad, narcotráfico y estabilidad. ¿Qué más inestabilidad para nuestro país que un gobierno de JAK el 2022 post estallido social y manteniendo las AFP? 


Sin embargo, sería un error no pretender instalar nuestro propio clivaje. De los 7 candidatos presidenciales sólo uno votó por el Rechazo: JAK. ¿Es irrelevante el cambio constitucional para la derecha liberal y moderna? Sabemos que las derechas latinoamericanas siempre se han cuadrado muy rápidamente frente a las posibilidades reales de cambio. Por ello es que la contradicción que debemos instalar nosotros y que nos permite mayor apertura es “cambio o continuidad” para convertir el 19 de diciembre en un plebiscito por el apruebo y el rechazo. La épica del plebiscito del 25 de octubre es la que debemos imprimirle a este desafío, una gesta popular, amplia, convocante, de todas y todos en contra de un adversario personificado de una manera marcadamente estética en una posición negativa.


Apuntes finales

El 18 de octubre de 2019 se produjo una revuelta popular de grandes proporciones que abrió un ciclo político de transformaciones que va a tener varios episodios: un episodio propicio para el cambio, lleno de ilusión y esperanza previo a la realización de la Convención Constitucional; un episodio conservador, de desilusiones de una ciudadanía frente a la constatación de que la Convención no implicó ningún cambio material en su vida, expresado en estas elecciones generales; y nos tocan aún vivir por lo menos un episodio restaurador y otro revolucionario que sólo será posible si logramos superar en la relación de fuerzas al intento restaurador.



jueves, 23 de septiembre de 2021

La revisión del “drama histórico” de la Unidad Popular

 Comentario del libro Izquierdas y Poder Popular 1970-1973


Al revisar el título de esta obra, lo primero que uno puede preguntarse es ¿por qué estudiar la relación entre las izquierdas y las experiencias de poder popular? La respuesta puede ser bastante extensa y repleta de citas, como varios artículos lo realizan en este volumen de manera excepcional. Sin embargo, en última instancia es bastante simple para quiénes hemos dedicado nuestra vida al cambio social, y es que, la transformación radical de la sociedad capitalista es necesaria y posible, por lo tanto, no reside sino en las fuerzas populares las capacidades para vehiculizar las transformaciones necesarias.


Estudiar la relación interna del nuevo bloque hegemónico en el gobierno entre 1970 y 1973, a saber “los de abajo” con “los de arriba”, sitúa el problema del cambio en nuestra vereda, colaborando en sanar la herida abierta, y por lo tanto, este libro nos permite recoger la viabilidad histórica de la construcción del socialismo.


Como dice el prólogo del libro, a través del historiador March Bloch, este libro busca desentrañar las articulaciones conceptuales de izquierdas y poder popular, sus relaciones, con el fin de ilustrar las luchas presentes por el socialismo. Qué desafío más pertinente en estos tiempos de reacomodo del modelo de desarrollo nacional en el marco de un desarrollo histórico del capital que amenaza la vida en el planeta, de rearticulación en nuestro país de partidos de capas medias con horizontes de transformación y de rebrote de los proyectos excluyentes de sociedad. 


Para construir esa genealogía, el artículo de Pablo Seguel revisa cómo la relación entre izquierdas y poder popular está marcada por un vacío estratégico en la izquierda respecto del poder popular, subsumida en el marco social del Estado Capitalista de Compromiso de Clase, desoyó las experiencias de poder popular producto de su estrategia de copamiento del Estado “desde arriba y desde dentro”. Esto hizo que la izquierda limitará su estrategia a la misma normatividad institucional del Estado de derecho que legitimó el golpe de Estado de 1973 al considerar como excepcional la politización popular en clave antagónica. 


Luego, Miguel Urrutia nos adentra en la genealogía de esta forma específica de politización de la que habla Pablo Seguel. Posiciona “la tenaza popular de 1957” como el hito en que emerge una nueva forma de politización popular relativa a la introducción de desórdenes en la organización funcional de la sociedad. Este hecho llevó a una naciente Izquierda Revolucionaria chilena a interpretar esa politización al margen del desarrollo del Estado Capitalista, haciendo caso omiso a los héroes que intentan “salvar al demos del demos”, pagando los costos de develar el mito democrático liberal.


La mitología del minotauro que ocupa Miguel Urrutia, que se mantiene en el laberinto seducido por los agasajos del régimen capitalista, nos entrega herramientas para observar críticamente la estrategia universalizada por la Unidad Popular de construcción vía institucional del socialismo ¿Cuáles son las nuevas formas de politización popular que surgirán tras la revuelta popular del 2019? ¿Cuáles serán los nuevos dispositivos para mantener seducido al minotauro dentro del laberinto? Más pertinente para nuestros esfuerzos, ¿qué organizaciones buscarán interpretar esta emergencia de la emoción en política?


Cada vez me convenzo más que los mil días del gobierno de la Unidad Popular y las experiencias de construcción de poder popular a su alero, es lo más parecido a la Comuna de París que tiene nuestro siglo XXI. Así como la Comuna de París marcó la guía de los movimientos revolucionarios durante todo el siglo XX. La Unidad Popular ha marcado la pauta de los movimientos transformadores presentes y las vicisitudes de este proceso histórico sigue iluminando los desafíos para la construcción del socialismo en el presente. 


En ese sentido, este texto viene a alumbrar una de las articulaciones conceptuales más cruciales para la transformación socialista de la sociedad: la relación entre el Poder Popular y las izquierdas. La discusión en el seno de la izquierda sobre cómo comportarse una vez que accedemos al poder institucional es tremendamente importante y está muy lejos de estar zanjada siquiera en alguno de sus múltiples aspectos.


Este libro, en definitiva, establece las bases conceptuales de quiénes se situaron por fuera del pacto social del Estado Capitalista de Compromiso de Clase. Se vuelve tremendamente pertinente en tiempos de ruptura popular con el régimen institucional del modelo de desarrollo hacia afuera que vivimos hoy. El proceso constituyente en curso nos exige leer este libro, para pensar las claves a través de las cuáles se pueda resolver la tensión entre el desarrollo del poder “desde abajo” y la gestión de los proyectos políticos “desde arriba”. Este libro nos permite asumir la carga histórica presente de transformar radicalmente la sociedad en un sentido socialista. Establece las bases conceptuales para comenzar a pensar nuevas subjetividades instituyentes, por fuera del modelo desarrollista que marcó la formación social de Chile entre 1930 y 1973.


viernes, 30 de julio de 2021

Columna: En vísperas del Cambio Democrático, Apruebo Dignidad al centro del tablero

 La encuesta de Data Influye de junio de este año muestra con elocuencia lo que está ocurriendo actualmente con la alianza política de Apruebo Dignidad, y es que, para escándalo de la derecha económica y política, está comenzando a ocupar el centro del tablero electoral.

Este traslado al centro político está dado por dos fenomenos coincidentes, por un lado, el despunte de Daniel Jadue en las encuestas de preferencia electoral, y por otro, la ocupación por parte del Frente Amplio del espacio de la socialdemocracia.

En principio, esto es posible gracias a una divergencia estratégica entre ambas fuerzas marcada por la manera en cómo enfrentaron la revuelta popular de octubre del 2019. En términos estratégicos, Chile Digno ha logrado interpretar al nuevo sujeto que nace posterior al 18 de octubre y que interpela con énfasis destituyente al régimen neoliberal. El Frente Amplio en cambio figura como una fuerza política que firmó el acuerdo del 15 de noviembre y que dio muestras de “responsabilidad democrática” frente a un establishment que solicitaba credenciales de este tipo.

Esta divergencia ha permitido que, por un lado, el Partido Comunista de Chile logre representar el momento populista de ruptura con la institucionalidad y que, por lo tanto, tenga la posibilidad de ampliar el padrón electoral vía interpretar a los sectores populares marginados del sistema político actual, como también de representar políticamente a quiénes se han movilizado en estos 30 años de transición en contra de las políticas neoliberales y que desconfía de los acuerdos de salón en los que el Frente Amplio se vió envuelto.

Por otro lado, ha permitido que el Frente Amplio ocupe el espacio de una Concertación alicaída. Sin primarias legales, ni programa creíble, la retórica gradualista y de “economía social de mercado” que llevó a la Concertación ha representar a importantes mayorías electorales, está hoy vacío. Esta por verse si la idea de “centro político” que ocupo la Concertación y que le dio tremendos réditos electorales por el simple hecho de posicionarse “al medio” de dos posturas, vaya a ser ocupado también por el Frente Amplio. Lo que sí está claro, es que el espacio del programa y espiritu socialdemocrata, lo está capitalizando hoy el Frente Amplio. Tras sucesivos gobiernos que prometían limitar al mercado, pero que terminaban por aumentar su dominio sobre todos los aspectos de la vida en común, enhorabuena que perdimos confianza en la Concertación y que sea el Frente Amplio quien interprete ese sentimiento de reformas económicas graduales y por medio de un amplio dialogo democrático.

Este gráfico nos permite interpretar que la alianza de Apruebo Dignidad está alcanzando una amplitud que dificilmente lograría si no tuviera en su seno dos campos distintos de representación electoral que mutuamente se potencian. Es el Frente Amplio el complemento que necesita el Partido Comunista para tener “un centro interno” que garantice estabilidad frente a sectores de la población afectados por la política del terror, y viceversa, ya que el Frente Amplio sin el Partido Comunista, no solo hubiera perdido la oportunidad del momento populista, sino que además se podría haber comprometido su ethos destituyente con el antiguo régimen transicional.

Ocupar estos dos campos distintos, pero complementarios del padrón electoral es indispensable para una fuerza que se plantee encabezar un nuevo gobierno de cambio en nuestro país. Esto dado que el cenit de participación electoral en este ciclo político de ruptura con el régimen neoliberal, ocurrido para el plebisto del 25-O aumentó en solo un 4% la participación electoral de la transición. Es decir, no han cambiado quiénes votan sino su comportamiento electoral.

No obstante lo anterior, no podemos dejar de apuntar que los desafíos que se desglosan del cambio democrático consiguiente a la ruptura popular del régimen neoliberal, son de tal magnitud, que requieren de herramientas políticas que no sólo logren interpretar electoralmente a un amplio abanico de la población, sino que sean capaces de movilizar transformaciones estructurales. Como señala Gramsci, no solo se requieren de aparatos políticos robustos para la disputa por el cambio social, sino que necesitamos aparatos políticos que sean capaces de organizar la nueva sociedad en su seno.

La tarea institucional que tiene enfrente la alianza Apruebo Dignidad, es de hacer una revolución pacifica, es decir, de instituir un nuevo modelo. A tal punto, que sea extremedamente dificil, incluso si es que gobiernan nuestros adversarios, volver al modelo instalado por la dictadura vía revolución armada.

viernes, 7 de mayo de 2021

Mamita nuestra

Hoy te regalamos agasajos
De palabras peludas
Y es que estamos acostumbrados
A compartir tu ternura 

Ten la certeza 
Que cualquiera sea el destino
De nuestras vidas inciertas
Siempre tendrás el cariño 
De tus hij@s cerezas


Que somos chicos y dulces, sí 
Como tu nos enseñaste
En esta ocasión vaya para tí
La hermosura de todos los paisajes

Y es que escribimos desde la distancia
Aunque no por ello sin ganas
Desde el Caribe chileno hasta la Patagonia
Y también desde Santiago, tu casa

Te damos las gracias como siempre
Por la vida y el amor entregado
Debes saber que ha sido tremendo regalo
Tenerte como madre

lunes, 26 de abril de 2021

¿Para qué educar en el siglo XXI?

 Publicada en: http://web.elpatagondomingo.cl/2021/04/25/para-que-educar-en-el-siglo-xxi/




En la columna de la semana pasada planteamos la necesidad de que en nuestro país se inicie de una vez por todas la construcción de un proyecto educativo nacional que termine con el laissez faire (dejar hacer) del mercado educativo que segrega a nuestros jóvenes por condiciones socio económicas, culturales o de rendimiento. Para ello, la primera cuestión que deberíamos abordar como sociedad democrática y deliberante es ¿para qué educar en el siglo XXI?

Tras el ocaso que supuso la dictadura para la educación de nuestro país, donde se reemplazó el Emilio integral de Rousseau por una disciplina de cuartel cuya mejor luz hacía referencia a un burdo conductismo, hoy al fin, estamos hablando nuevamente de modelos de desarrollo para nuestro país. El Proyecto Educativo neoliberal en nuestro país ha significado la ausencia de un Proyecto Educativo, tal como aquellas cosas que son pero que no podemos describir, así mismo como el tiempo, se desarrolla el proyecto educativo neoliberal. En su ausencia realiza el laissez faire educativo, donde el derecho a la educación de los jóvenes y el deber a educar del Estado, pasa a manos de los empresarios movidos por la mano invisible del mercado y la búsqueda de ganancia.

Frente a la oportunidad que tenemos como sociedad de comenzar a crear nuestro propio Proyecto Educativo nacional, todas y todos debemos conversar sobre ¿para qué educar? En los tiempos que antecedieron al Estado subsidiario en educación, estaba la idea de que debíamos educar para formar a los cuadros técnicos capaces de empujar a nuestra industria nacional hacia el desarrollo, y con ella a nuestra nación. Hoy, en el siglo XXI, ¿para qué hemos de educar?

Para comenzar a dilucidar, debemos apuntar que el siglo XXI se presenta como un presente y futuro de incertidumbre, donde posiblemente la única certeza que tenemos es el cambio permanente. Ante este escenario, la educación de nuestros jóvenes reviste una complejidad tremenda. Situados en este cruce histórico de verdadero ‘cambio de época’, nuestros jóvenes se presentan ante desafíos de gran relevancia de cuya resolución depende su futuro y el del planeta Tierra como lo conocemos. 

¿Para qué debemos preparar a nuestros estudiantes? ¿Qué desafíos deberá enfrentar el mundo en el 2050? Lo abrumador de estas preguntas nos aclara que más allá de cualquier contenido en específico, nuestro aporte como ‘representantes de la sociedad adulta’ (Hannah Arendt) a nuestros jóvenes es enseñarles a aprender a adquirir las habilidades necesarias para enfrentar lo que sea que nos depare el futuro. En definitiva, nuestro rol es habilitarlos para que puedan ser auto-constructores de su presente y futuro, y puedan evadir la tentación de dejarse arrastrar por las corrientes que les invitarán –por flojera a la resistencia- a hipotecar su consciencia. 

En ese sentido, el horizonte para subvertir nuestro anquilosado, desprestigiado y anti pedagógico modelo de escolarización debe ser el de crear en todos los niveles una escuela democrática. Este horizonte es clave en la enseñanza práctica del funcionamiento de las instituciones que componen el Estado de Chile y en el ejercicio responsable de la ciudadanía. Ambas competencias que el Currículum Nacional de Educación supone para el Plan de Formación Ciudadana. En otro campo, la escuela democrática permite el fomento y cultivo de valores asociados a la vida en comunidad, la idea es hacer de la misma experiencia escolar una formación cívica, que nos eduque en competencias para enfrentar la interacción virtuosa entre seres humanos y nuestros como especie.

Realmente nos urge una escuela que nos enseñe a convivir en sociedad más allá del envoltorio específico que la vida social haya adquirido en un determinado momento. No podemos seguir consintiendo que normas extemporáneas se pongan por encima o siquiera a la par del derecho de recibir una educación. No es ético desde un punto de vista pedagógico demandar vestimentas o cierto uso del cabello en un establecimiento educativo. Menos, el exigir, como se instaló en dictadura con el ramo de Religión, formación en el catequismo de una religión en específico como el catolicismo o el evangelismo. Ojalá que prevalezca la asignatura de Religión ¡donde aprendamos por qué nuestra especie en todas sus sociedades ha desarrollado un campo espiritual religioso! Y no una asignatura cuyo docente lo valida el arzobispo católico o el pastor de una iglesia evangélica. Es increíble siquiera que, en nuestra educación nacional, tanto pública como privada, la laicidad del conocimiento siga siendo un tema en cuestión.

 Estamos convencidos que habilidades como el pensamiento crítico, el análisis de la realidad, la empatía, la tolerancia a la diversidad, la adaptabilidad junto a sus diversas herramientas de aplicación, son aprendizajes indispensables en el futuro de nuestros jóvenes. La única forma de educarnos realmente en los desafíos del siglo XXI es compatibilizando de una vez por todas y de manera indisoluble a la escuela con la educación. Y transformar todo lo que sea necesario para que nuestra escuela moderna se convierta en una gran aula para el aprendizaje. Ya decía Maturana que la educación no es más que interacción, llegó el momento de hacernos cargo de la educación desde la biología del amor.

 

 

 

viernes, 16 de abril de 2021

El otro tiempo en educación


 

¿Qué es el tiempo? Para definir el tiempo debemos de desapegarnos de algo que nos constituye, es como definir la vida, la muerte o el amor. Mientras para Nietzsche el tiempo es la serie infinita de períodos similares, algo así como un eterno retorno, para Aristóteles es lo que está antes y después de algo. Para él, el tiempo es siempre distinto. Tal como con la vida, la muerte o el amor, lo mejor que podemos con el tiempo es compartir experiencias en vez de definirlo. En Historia, lo que tenemos claro es que el tiempo no deja de transcurrir ¡aún no inventan una máquina que lo frene! Y junto con él transforma irreversiblemente la sociedad humana, sus contradicciones y modelos de desarrollo.

El Liceo Josefina Aguirre fue fundado en 1963 con la impronta del modelo de desarrollo hacia adentro desplegado entre 1930 y 1973 en nuestro país. Este modelo, profesaba una educación integral dirigida a formar personas capacitadas para enfrentar los desafíos que el modelo de industrialización planteaba. En especial, se requerían cuadros técnicos capaces de dirigir los esfuerzos productivos con diversos niveles de industrialización en la costa y en el campo de Aysén. Esa claridad de proyecto educativo, que entregaba una respuesta cierta a la pregunta de ¿para qué educar? Hizo posible que los profesores trabajasen sin cobrar sueldo un año entero y que la infraestructura original del Liceo fuese autoconstruida por las familias que eran parte de la comunidad educativa como la familia Felmer Klenner. Según relatan los hermanos Bate, nietos de Josefina Aguirre y estudiantes de la primera generación del liceo, esto fue posible porque se veía la educación como “una empresa nacional[1]. Un tiempo que no volverá, pero que está ahí para aprender de él.


Seguramente la canción “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros nos suena mucho más cercana que este relato épico de una comunidad educativa comprometida con un Proyecto Nacional de Educación. Escrita en 1986, Los Prisioneros relatan la historia de aquellos estudiantes que no fueron ‘seleccionados’ en los liceos particulares subvencionados que entonces comenzaban a aparecer como los establecimientos favoritos del nuevo modelo educativo. En sintonía con el modelo de desarrollo hacia afuera que instalo en nuestro país la dictadura militar, el modelo educativo transitó de un Estado Docente a un Estado Subsidiario que delineó, vía subvención por asistencia, un gran ‘mercado educativo’. Y realizó esa conversión a través de una política rupturista de 20 años y no de un desarrollo progresivo. De ahí que las experiencias e historias del modelo de desarrollo anterior nos suenen tan ‘extrañas’. Hubo un esfuerzo sistemático en el tiempo para provocar desmemoria.

 De la dictadura hasta ahora, la idea de un Proyecto Educativo Nacional ha sido sacrificada en la piedra de la Libertad de Enseñanza. En Chile, la libertad de enseñanza se ha escondido retóricamente detrás de un inocente ‘derecho a elegir proyecto educativo’. Sin embargo, todo este tiempo ha servido para crear un mercado educativo que segrega a los estudiantes según su capacidad de pago, capital cultural y rendimiento. Vulnerando el derecho humano a recibir una educación inclusiva y de calidad para todos y todas. Por culpa del tiempo, irreversiblemente, hay miles de generaciones víctimas de la vulneración del derecho a una educación inclusiva.

 El transcurso para desmontar la educación pública no fue menos traumático. Los Liceos Fiscales pasaron a manos de los municipios, sufrieron un recorte de financiamiento y les colgaron nombres que el humorista chileno Sergio Freire ha catalogado como “nombres de misil”. En el caso del Liceo Josefina Aguirre, le llamaron “B-2”. Junto con ello, la educación experimental que dominó las políticas educativas durante los años 60’s cambió bruscamente a una disciplina de cuartel de escaso contenido pedagógico, tanto así, que más allá del cambio curricular orientado a honrar la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana, es difícil definir la propuesta pedagógica de la dictadura dentro de las corrientes de políticas públicas en educación más allá de un burdo conductismo. Este proyecto educativo es que hemos heredado. El de la segregación por nichos de mercado, de la agonía de lo público para la satisfacción de las necesidades sociales por parte de privados. En estas últimas tres décadas, los liceos particulares subvencionados cambiaron sus cifras drásticamente, pasaron de un 15% en 1981, a 32% en 1990 y hasta un 54% en 2014[2]. Nuestro presente es siempre el recuerdo de nuestro pasado más inmediato.

De vez en vez, algunos establecimientos educativos públicos logramos levantar cabeza, y al hacerlo, pensamos que está todo por construir y no hay nada detrás nuestro, salvo el pasado gris de los años 90. Usualmente se nos olvidan las historias que precedieron a la instalación del mercado educativo. Es muy simbólico, para entender este olvido, el que su instalación haya costado la sangre de parte de la familia Felmer Klenner[3], quienes colaboraron con la autoconstrucción del Liceo Fiscal de Coyhaique, actual Liceo Josefina. Como habitantes del pasado que somos, esta memoria vive porfiadamente con nosotros y nosotras. El tiempo nos excede, incluidos los esfuerzos para provocar el olvido.

Hoy vivimos el claroscuro en que fenece el paradigma del mercado en educación, y cada vez más entendemos la necesidad de crear un Proyecto Educativo Nacional que ponga fin a la segregación educativa que hace de la educación de calidad un imposible. Si la educación es interacción ¿qué se puede aprender de la homogeneidad? Aclarada la necesidad de un Proyecto Educativo más allá de la mano invisible, la interrogante que permanece y a la que debemos volver cada cierto tiempo como sociedad democrática con capacidad de definir por sí misma su destino es: ¿para qué educar?



[1] Entrevista realizada a Luis y Rosario Bate por medio del programa La Ventana del Liceo Josefina Aguirre.

[2] Fundación Sol. 2014.

[3] Jose Luis Felmer Klenner ex estudiante del Liceo Fiscal de Coyhaique. Ejecutado político en 1974.

El dilema peruano, fascismo o antifascismo


 

Las elecciones recién pasadas en nuestro hermano país hacen que retumbe la sentencia de Teotonio Dos Santos sobre el dilema latinoamericano entre el socialismo o el fascismo. En la segunda vuelta peruana no hay medias tintas, o se está con el fascismo o con la izquierda para realizar las transformaciones socio económicas necesarias para que Perú supere la profunda crisis a la que se enfrenta.

                Las apuestas políticas desde el progresismo socialdemócrata fracasaron al bajar Verónica de un auspicioso 18% en 2016 a un 7% al 2021. Su campaña fue impecable y más allá de haber sido ensuciada por casos de corrupción en Juntos por el Perú, analistas del “Colectivo de Redacción Nuestra Bandera” explican que el retroceso de Verónica se explica sobre todo por su cesión a los lugares comunes que le fueron impuestos por la oligarquía peruana. Así, se desquitó del color rojo que le fuera impuesto y la socialdemocracia y la oligarquía peruana le endosaron como una maldición ese color a Pedro Castillo, mientras que Verónica se vestía de un cómodo verde. Sin embargo, aparentemente, y contra los diagnósticos de los discursos centristas, el color rojo rinde electoralmente en estos tiempos de crisis mundial del capital.

                La fragmentación de la izquierda peruana es un espejo de nuestra derrota pasada y futura. Su unidad es la única fórmula para superar el estancamiento en el que se encuentra y logre superar el trauma de Sendero que la dictadura fujimorista se esfuerza en revivir con el beneplácito de los centristas que se sirven del discurso condenatorio para realzarse como alternativa de paz. Lo que no deben olvidar socialdemócratas de Juntos por el Perú y los marxistas de Perú Libre es que al frente tenemos a Keiko Fujimori, imputada por lavado de activos quien en su campaña prometió indultar a su padre que está condenado por crímenes de lesa humanidad y vanagloria su dictadura que instaló en Perú el neoliberalismo como en Chile, a punta de sangre y fuego.

                Si sumamos los números, la unidad antifascista, la unidad de la izquierda y el progresismo, pueden vencer en la segunda vuelta del 28 de julio próximo. Claro que esto requiere gestos tanto de Perú Libre como de Juntos por el Perú como principal articulación de una izquierda fragmentada, y más allá aún, si se quiere conminar a las demandas por derechos sexuales y reproductivos para construir una mayoría que no sólo sea capaz de ganar las elecciones, sino que además posicione un proyecto de país que logré sacar al Perú de la crisis económica, la pandemia y la corrupción. Perú Libre debe abandonar su agenda conservadora y Juntos por el Perú debe superar su beneplácito con el centro político que le llevó por presiones respecto a Venezuela a señalar “estar en contra de la dictadura de Maduro”. Perú nos recuerda que esto que algunos llaman política es en realidad lucha de clases.

                La tarea enfrente es gigantesca, si a Verónica le dijeron “terrorista” en la cara y le revelaron “evidencias” de su vinculación con Sendero Luminoso, nada menos se puede esperar a que hagan con Pedro Castillo quien se ha mantenido de incógnito aún para el poder mediático. Van a tratar de destruirlo e invocar el “sentido común democrático” para evitar cualquier suma a su apuesta por llegar a la Casa de Pizarro el próximo 28 de julio. Solo la unidad programática más amplia del antifascismo puede evitar que llegue al gobierno del hermano país el fascismo.

 

Última publicación

Cambio o Continuidad

  A propósito de las elecciones generales del 21 de noviembre del 2021 creo pertinente establecer algunas claves para dar la disputa en esta...